lunes, 27 de abril de 2020



No creía en la mala suerte, hasta que las letras de su destino se rebelaron. Sal a muerte, le dijeron. Y así fue.

El de mi hermana:

No creía en la mala suerte, hasta que un día le conoció.

Aquel anuncio que hablaba del olor de las nubes. Plantearme si un astronauta, en la infinita soledad de una galaxia, tomará las uvas en Nochevieja. Sacar mi autoestima del armario, pero de verdad, sin que se me quede en los cajones. Dejar de pensar en ti cada mañana, tarde y noche... Estas gilipolleces que encierra la vida.

El de mi hermana:

Solía estar en las nubes. Soñaba despierta con una galaxia lejana y en su armario guardaba uvas, novelas, pan y fotografías de astronautas y atletas. Sus vecinas cuchilleaban a sus espaldas y creían que era una excéntrica. Pero a ella nada le importaba, solo leer, comer, observar... vivir. Y sabía que los locos eran en realidad los demás.



Tenía que estar allí. En la última montaña, la única que quedaba en pie. Meses enteros registrando aquel almacén y por fin iba a encontrarlo. La última caja. Ya era suya. Se detuvo un momento. Saboreando el instante previo al goce. La nieve comenzó a caer fuera, ralentizando la realidad como solo ella sabe hacerlo. Acompañando la dulce espera.
Nadie jamás se había sentido tan payaso como él al abrir la tapa. Nadie había experimentado nunca una soledad como aquella.


La pareja más feliz de la Tierra. En serio que lo parecéis, les dijo el fotógrafo de su boda. Como dice las cosas la gente que habla con facilidad de cualquier cosa, las palabras disparadas desde las tripas, como un corcho de champán. Palabras que, por la fuerza con la que se pronuncian, creemos que son verdad.
Pero no hay verdad eterna. Ni amor. Ni nada.
Hoy, suben la cuesta que lleva a aquel balneario, parada idílica en su no tan lejana luna de miel. Empujados por la mentira tópica de que volver a lugares donde fuimos felices nos hace recuperar lo perdido, creyendo que las palabras son un pegamento mágico que vuelve a unir lo que se ha roto. Sin querer ver que llevan demasiado tiempo viviendo cada uno en su propio monólogo.


El de mi hermana:



En el balneario hacen todo tipo de tratamientos con nombres variopintos...fangoterapia es el que más le choca a Paco. Cuando su hija, que trabaja allí de masajista, hace su monólogo de cada noche y le cuenta lo que pagan algunos por echarse tierra por el cuerpo le cuesta aguantar la risa. ¡Eso lo ha hecho él toda la vida cuando bajaba con los amigos a la playa! "Papá, es que no sabes cómo vive esta gente, se tiran una semana de masajes, ¡eso es vida!". Para Paco la vida es la calma que se respira al pasear por el pueblo, la alegría de abrazar a su nieto cuando entra por la puerta y acurrucarse con su mujer en la cama, aunque le toque con los pies congelados y le haga pecar un brinco en mitad de la noche. Pero qué va a saber él, es solo un abuelo de otro tiempo, no como su yerno, que es fotógrafo y ha expuesto ya varias veces en la capital...

Me vinieron dos ideas a la mente aquel día:


Al empezar su jornada, como cada día desde hace milenios, el sol y la luna se cruzaron. El sol salió de la cueva, la saludó con un rayo y se fue a trabajar. La luna guiñó su cráter derecho y entró en la cueva, para dormir.
Al terminar su jornada, como cada noche desde hace milenios, la luna y el sol se cruzaron. El sol entró en la cueva, dijo adiós con un rayo y se fue a dormir. La luna se pintó los cráteres y se fue a trabajar.
Y en un momento concreto que no puedo determinar porque se produce en un tiempo que la ciencia humana aún no ha descubierto...el sol y la luna se sentaron juntos en ese puente que cruza de lado a lado la galaxia.
- Te noto algo apagado hoy, Lorenzo, ¿qué pasa?
- Nada, que me he dado cuenta de que es tu cumpleaños y, después de tantos años, ya no sé qué regalarte.
- No seas tonto. Mira a tu alrededor, anda. ¿Quién necesita algo teniendo todo esto?


- Entonces, de toda esa ciudad que antes estaba aquí, ¿ya solo queda este puente?
- Sí, hija, tras la guerra final no quedó nada más. Levanta, anda. Vamos a casa, volvamos a la cueva. Llevamos ya fuera casi una hora. En tu próximo cumpleaños, te prometo que te llevaré a ver otro sitio.
- ¿Y la luna, mamá? ¿No podemos salir alguna noche y verla? El abuelo decía que era impresionante...
- Algún día, hija. Algún día...


Todas las cosas sabían que la chimenea, además de dar bastante la brasa, era una chismosa. El sombrero nuevo, sustituto de aquel que un día desapareció, caía mal a todo el mundo. Pero la conversación que mantenían, digna de esa prensa que hace a las tripas y al corazón, les interesaba a todos y cada uno de los objetos de aquella casa.
Si pudiese, os contaría cada detalle de la charla, para que entendieseis la expectación, pero no sé qué tiene el idioma de las cosas, que según lo escucho y lo traduzco, al momento, lo olvido.



SOLEDAD
Yo, invocando a las diosas. Un relámpago infinito ilumina el universo, truenos de otro mundo resuenan en altavoz, agito el rayo de Zeus frente a ti. Y tú... sin saber siquiera que existo. La soledad era esto.


El de mi hermana:

Soledad. Encendió el altavoz y gritó en la oscuridad. Tenía miedo de que alguien pusiera rostro a sus palabras. Entonces la luz de aquel relámpago la iluminó y la infeliz descubrió que nadie escuchaba.

Cuenta la leyenda que, en aquel momento, sacó una cuchara de su chaqueta y la convirtió en un horrible instrumento, capaz de provocar un dolor insoportable.


El de mi hermana:

La cuchara, guardada en el bolsillo de aquella chaqueta, otrora leyenda entre los instrumentos de cocina, hoy esconde avergonzada su dolor oxidado y piensa qué pasaría si los modernos cubiertos de silicona descubrieran su escondite.


La vida les presentó y les puso del revés. Como un tornado. Supieron que esa energía los arrastraría sin remedio y les dio igual llegar a Oz o a ningún sitio. Pero un día, él se fue, sin hacer ruido.
Desde entonces, ella consulta el tiempo, anhelando turbulencias. Él, más cobarde, se conforma con pensarla cuando mira el cielo.


El de mi hermana:

Nunca fue un cobarde. Y ese día de tornado lo demostró una vez más. Entró de lleno en el peligro, salvó varias vidas y se fue de este mundo sin hacer ruido.

Deseando que todo aquello solo fuese una ficción, pensando en lo que dejaban allí afuera y esperando, una vez más, que quedase un día menos, los hermanos miraron por la ventana.

El de mi hermana:

Y después de haber asesinado a sangre fría a sus padres el mayor preguntó hiriente "a ver quién se tiene que lavar los dientes ahora, eh?". Orgullosos de su hazaña y de su sarro los hermanos miraron por la ventana

Cuando la raza humana pudo regresar al planeta que la vio nacer, inició la exploración del terreno en un antiguo pueblo. Pocos objetos les resultaban familiares, borrado ya el rastro de la época terrestre de sus mentes. Entre ellos no estaba ese trozo de tela que cubría la mesa, esa sí, reconocida. No entendieron por qué al tocarlo quisieron sentarse todos alrededor. Hacía ya mucho que los seres humanos no comían. Pero eso, tampoco lo sabían. (Me he dejado la palabra mantel)

El de mi hermana:

De aquella tarde tan solo quedaban ya un recuerdo lejano y unas migas en el mantel

Si fuese un camaleón no me dolería. Transformaría mi piel en material no poroso. A prueba de palabras. Impermeable al llanto.
Si fuese una persona camaleónica, adoptaría, según el diccionario, la actitud mas ventajosa. No pensaría que quizá esto sea el ensayo para algo peor, que el planeta lleva tiempo avisando y no escuchamos. No tendría miedo por gente que no conozco ni conoceré. Ni iría soltando lágrimas por todo, ni dejaría que me emocionase un poema compartido o un mensaje de cariño. Si no fuese una persona, iría a su casa, sin peligro y veríamos juntas la novela. Y me quedaría a cenar con ella.
Si hoy no estuviese triste, con esa culpa de quien siente que no tiene derecho a dolerse cuando otros sufren de veras, esto podría haber sido un relato, pero no da para más.
Se pasará. Todo pasa.

El de mi hermana:

No encontraba sentido a aquel planeta sin color. La vida sin cromas no tiene sentido para un camaleón. Con una lágrima en los ojos echó la vista atrás y se despidió de su tierra para siempre en busca de nuevas tonalidades.