martes, 8 de diciembre de 2015

Llover no siempre merece la pena

Hace más de dos años que escribí este cuentecillo, para utilizarlo como ejemplo de una herramienta en  el blog En la Nube TIC, pero nunca lo publiqué. Fueron las fotos del "jefe" de la Nube, Juan Carlos Guerra, las que me inspiraron así que podría dedicárselo a él, pero como tengo otros grandes amigos en Bilbao, también va por ellos. Para que no os enfadéis con las nubes cuando llueva. Recordad que, a su manera, están innovando.

Foto de Juan Carlos Guerra (@Juancarikt)
A las nubes les encanta el cielo de Bilbao. Pueden pasar días enteros sobrevolando la ría, jugando a las sombras en las paredes del Guggen o dibujando formas entre las torres de Isozaki, sin saber que los humanos imaginamos realidades en ellas mientras cruzamos el puente. 

Pero si hay una cosa que les gusta de verdad, es observar la ciudad desde arriba. Todas quieren ocupar los mejores rincones, pero como nunca se ponen de acuerdo, las peleas son algo habitual. Cuando las nubes se enfadan, la rabia las tiñe de gris y las que pierden la pelea terminan poniéndose negras. Por eso el cielo en Bilbao pocos días se muestra azul. 

Foto de Juan Carlos Guerra (@Juancarikt)

Los truenos de sus discusiones se dejan oír por toda la ciudad y cuando todo acaba, la rabia acumulada las vence y las nubes necesitan llover para desahogarse. Pero hay una nube que nunca llueve. Porque se niega a llover por rabia. Siempre ha creído que tiene que haber mejores razones para llover y un día, cansada de estar rodeada de peleas, decidió abandonar a sus compañeras.

Cogió el viento hasta Sevilla porque había oído que las nubes de allí llovían poco. Nada más llegar encontró un grupo de nubes tan oscuras que le dio miedo hablarles. Pero como no tronaban, se acercó a preguntarles: Parece que estáis a punto de llover, les dijo, ¿os estáis peleando? Nooo, qué va. Hoy toca ronda de chistes y claro que lloveremos, pero de la risa. ¿Te apuntas? Y nuestra nube se quedó y por primera vez en su vida, se dejó llevar y llovió... pero de risa.

Foto de Miguel Rosa (@miguel_rosa)

Pasados unos días, decidió continuar su viaje y tomó otro viento hacia Los Alpes. Estaba segura de que en las montañas encontraría muchas nubes con las que conversar. Nada más verlas sintió que aquellas nubes  no estaban dispuestas a llover. ¿Nosotras? Solo llovemos cuando nos tenemos que ir de aquí. Por la pena que nos da abandonar tanta belleza. Y nuestra nube, después de pasar unos días sumergida en aquella paz de las montañas, bajó de allí para proseguir su viaje y por segunda vez en su vida, llovió... pero de tristeza. 



Se subió al primer viento que pilló libre de pájaros, dispuesta a volar lo más lejos posible y atravesó lugares de los que nunca había oído hablar. Rincones del mundo donde las personas mueren de hambre, no tienen agua que beber o sufren guerras que esta nube no sabía siquiera que podían existir… Y puso todo su empeño en llover, para regalar algo de agua a esas gentes y esas tierras que morían ante sus ojos, pero no pudo hacerlo. La desolación esta vez le impidió llorar. 

Foto de Azuaravaconmigo en Flickr

Aún consternada, siguió deslizándose a través del océano hasta que escuchó un rugido que no identificó. Y descubrió unas enormes cataratas. Tardó un tiempo en acercarse a las nubes que disfrutaban del espectáculo. ¿Alucinante eh? Le dijo una. ¿No habías venido nunca a Iguazú? No lo conocía, no… Es increíble. Aquí no hace falta que llováis por lo que veo. No mucho, la verdad, pero a veces no podemos evitarlo. Es tanta la emoción, que no sabemos aguantarnos. No hizo falta que se lo explicaran. Conmocionada por la fuerza de las cataratas, nuestra nube, por tercera vez en su vida lloró... pero de emoción. 

Foto de SF Brit en Flickr

Y decidió volver a Bilbao. Para contar a sus compañeras todo lo que había visto y sobre todo, lo que había sentido al llover. Las nubes de Bilbao, aunque la consideraban rara, le tenían cariño y como la habían echado de menos, la escucharon con atención. Y aunque al principio les costó entenderlo, decidieron probar lo que nuestra nube les propuso. Establecieron turnos para poder disfrutar todas de las mejores vistas y empezaron a fijarse más en la vida, para probar nuevas sensaciones. 

Descubrieron entonces que los paseos sobre la ría podían ser aún mejores, sintiendo por primera vez las cosquillas que hacen los rayos del sol y aprendieron a llover de la risa. Comenzaron a fijarse en las personas que cruzaban el puente y llovieron de emoción al descubrir que les regalaban momentos de felicidad solo con dejar en el cielo sus dibujos. ¿Veis?, os lo dije, les gritaba nuestra nube, a los humanos les encanta imaginar y es fantástico darles motivos. Y llovieron también de tristeza al comprender todo lo que se habían estado perdiendo y lo estúpidas que habían sido al empeñarse en llover solo por rabia. 

Por eso en Bilbao sigue lloviendo tanto, porque las nubes se pasan el día experimentando nuevas formas de llover. 

Y algunas, como nuestra nube, han encontrado un juego que les encanta. Se fijan mucho en las personas y eligen a las que creen que les puede gustar mucho la lluvia. Y les siguen hasta sus casas, simplemente para regalarles el placer de ver llover tras un cristal.

Foto de Juan Carlos Guerra (@Juancarikt)

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